Publicamos un texto de la periodista chilena Javiera Tapia en el que denuncia el acoso que está viviendo por criticar el machismo del periodismo musical. Toda nuestra solidaridad y nuestro apoyo.
El día lunes 23 de noviembre publiqué dos columnas en POTQ Magazine (web chilena especializada en música) sobre Feria Pulsar, un encuentro de industria que realiza anualmente la Sociedad del Derecho de Autor, en la que se reúnen sellos, empresas ligadas al negocio musical, charlas y conciertos durante tres días. En el primero, establecí una crítica al funcionamiento de la feria, debido a diversos factores. Incluí comentarios acerca de una exposición puntual. Esta era presentada por Rockaxis, un medio de comunicación chileno y habían tres personas en la mesa de los encargados de guiar la conversación. Uno de ellos era Francisco Reinoso, parte del comité editorial de este medio. Él dijo que los medios digitales eran “blogs que no realizan un trabajo serio, donde no reciben pagos y se quedan contentos cuando les regalan entradas”. Por supuesto, esto lo incluí en mi nota.
El segundo texto que publiqué fue una columna dedicada a una acción de marketing que realizó Rockaxis, el medio de comunicación, en Feria Pulsar. Decidieron hacer un concurso y lanzar una app, para esto, tuvieron tres días a tres señoritas de pie como un ornamento en su stand, para el deleite de los rockeros. Esa misma exposición en donde estaba Francisco Reinoso, aproveché la ronda de preguntas finales para poder preguntarle en público, delante de todos los asistentes, cuál era la relación entre la línea editorial, la música, el rock y el hecho de tener chicas promoviendo algo. El audio de ese intercambio fue grabado y reproducido de manera íntegra. Después de la publicación de estos dos textos, aparece una (más bien dos) nuevas historias y bastante lamentables.
Yo sé que si publico textos en Chile haciendo una crítica, probablemente, me lleve un mal rato. Lo tengo claro. Y esto es porque en mi país no existe la crítica musical. En primer lugar, se cree que hablar de música es simplemente hablar de música y esto rara vez incluye a los elementos que están rodeándola, como medios de comunicación, publicaciones y opiniones, entre otros. Sabiendo esto, mi decisión ha sido publicarlos igual, porque el hecho de que no exista, me hace mucho más urgente la necesidad de que nos demos cuenta de que sólo estamos contribuyendo a un periodismo mediocre, sin análisis ni ideas y miedoso. Esto último, porque temer a publicar un tema y abrir un debate trae consecuencias. Esta semana me di cuenta que son más feas de lo que yo creí, pero existen. Y yo no tengo miedo. Y nadie debería tenerlo.
Luego de publicar ambos textos, diferentes personas, a través de diferentes canales me dijeron que lo mío no era una crítica. Era un texto sesgado y basado en algún problema personal que yo supuestamente tenía con Francisco Reinoso, el periodista que estaba representando a Rockaxis en esa sala, cuando yo hice una pregunta. ¿Por qué cuando una mujer plantea un discurso crítico en público esto se traduce inmediatamente en que tiene problemas personales con alguien? ¿Tan difícil es pensar que una mujer profesional está haciendo su trabajo y en un texto solo expone parte de su razonamiento? Si hubiese sido otra persona la que estuviera en esa charla ese día, la editora del medio, otra persona del comité editorial, el gerente comercial o su director, mi columna hubiese sido exactamente igual, porque apunta a criticar una acción y una lógica de pensamiento, no a una persona.
Más tarde, comencé a ver otros efectos de este texto. La persona mencionada en ambas columnas (le tocó sólo porque era quien estaba presente) se comunicó con el director del medio del cual soy editora. Mi director le mencionó que yo era la editora del medio y también la autora del texto, que hablara conmigo. Él dijo que no le interesaba hablar conmigo. Cuando supe esto pensé ¿acaso estas cosas se arreglan entre hombres? Yo no hubiese tenido ningún problema en escucharlo y recibir sus comentarios.
Cuando yo pensaba que esta historia estaba decantando, pasó algo misterioso. Hace casi un mes (el 23 de octubre para ser exactos) publiqué en el mismo sitio una columna sobre una crítica puntual, sobre un concierto que dio Ariana Grande en mi país y que apareció en un medio generalista, La Tercera. A partir de ella, quise hablar sobre el tratamiento que muchas veces reciben las audiencias de mujeres adolescentes en la prensa y también sobre los prejuicios con los que el periodismo musical se enfrenta a ciertos géneros.
Lo misterioso sucedió el jueves 26 de noviembre al mediodía, cuando me llega un tweet del autor de esa columna que yo estaba criticando. Su nombre es Marcelo Contreras. Un mes después de la publicación de ese texto, misteriosamente en esta semana en la que me llegaron ataques y mensajes odiosos de, por ejemplo, periodistas hombres chilenos y hombres a cargo de equipos editoriales de radio, decidió acusar recibo y lectura de mi columna. Minutos después, veo que mi casilla de mensajes privados está bastante llena. Y es él, nuevamente. Reproduzco íntegramente (con las faltas de ortografía y redacción con las que llegaron a mi bandeja de entrada), a continuación:
“Hola. Acabo de leer tus comentarios sobre la reseña que hice de Ariana Grande. «Si ya no te gusta escribir de música, no lo hagas o, si vas a insistir en hacerlo, intenta que no se note». Javiera, si vas a dar consejos, tómate tu tiempo y escríbeme, hablemos, discutamos. Yo tengo una opinión sobre tu trabajo también, y la podría hacer pública, pero es más probable que alguna vez te las diga en persona. Eres bien buena para pontificar y sacar en cara que llevas ocho años trabajando. te gusta dar lecciones a diestra y siniestra. est
Está bien, pareces algo resentida en general, pero los recados públicos ¿por qué? Lo siento innecesario.
La musica Javiera, me apasiona. Y hay otras cosas que no, que considero menores. Son juicios, perspectivas. Pero, veamos este caso: no me gusta Ariana Grande y eso me transforma en alguien que no disfruta de la música, que trabaja como obligado. Ni siquiera me conoces, es mucha la liviandad para hacer esos juicios. Los ocho años de carrete que sacas a relucir de tanto en tanto, no se notan mucho porque resultas destemplada. Escribes bien, se nota que te gusta la música y lo celebro. Es más, algunas de las cosas que escribiste sobre Pulsar me parecieron súper bien, como en otras creo que te equivocaste rotunda. Pero, ¿podría entonces yo, por ejemplo, decir públicamente que eres una feminista trasnochada? Ni cagando.
Yo supongo que como eres relativamente joven, crees que el periodismo musical serio empezó con tu generación. En algún momento todos creemos algo así, como el tiempo luego te demuestra que es un error.
Por cierto, los consejos sobre cómo enfrentar una página en blanco me sacaron risas. Llevo enfrentándome a páginas en blanco hace más de 20 años. Supongo que a estas alturas ya debiera tener más o menos claro qué preguntas debo hacerme a mi mismo. Soy viejo Javiera, tengo 43 años. Reporteo y escribo cuando los celulares parecían un aparato de la guerra de Vietnam. Cuando entré a trabajar a radio Cooperativa me tocó lidiar con un tipo de 73 años que estaba muy asustado por la gente joven que llegaba. Era entendible. Claramente estaba en el final de su carrera y yo recién calentando motores. Pero yo no soy un anciano. Estoy pleno. He visto muchísima música en vivo en distintas partes del mundo, probablemente soy uno de los tipos de esta área que ha visto más artistas en directo, no creo fanfarronear, es un hecho por los 12 años que hice esa pega para El Mercurio y los cuatro que llevo en La Tercera. Supongo que algo sabré. Fenómenos de música infantil he presenciado por montones, tengo parámetros, no solo una supuesta falta de interés y tedio, como tan ligeramente asignas. Eres periodista. Cuida tus palabras, que no son gratis”.
Para este periodista, el hecho de que una mujer que trabaja en la misma área que él y que establezca una crítica en público, significa pontificar. Significa enviar recados públicos. Significa estar resentida (además piensa que yo deseo trabajar en un lugar “mejor” y recibir un “mejor sueldo”. Equivocado por lo demás, vivo de escribir sobre música. Me encanta mi vida).
Lo más interesante, es que en este mensaje además de descargar su misoginia por completo (“feminista trasnochada”) y amenazarme al final (“cuida tus palabras, que no son gratis”), me confirma que su visión de la escritura de música en prensa está desactualizada, muy poco reflexionada y que, a pesar de tantos años escribiendo en periódicos, hay algo que pasa por alto. El espacio que él tiene en los medios tradicionales es muy pequeño. Todos los que hemos pasado por la redacción de algún periódico sabemos que lo último que le importa al editor es la sección de música (y eso es algo que en Chile ahora es más evidente). Él no está acostumbrado a recibir críticas, precisamente, por este motivo. Nadie lo critica, nadie lo comenta, no existe un escrutinio de su trabajo ni siquiera dentro, porque a nadie le importa. Y vivir décadas de esa sensación se traduce en una intolerancia profunda a la crítica, como también al desarrollo de un ego bastante venenoso, que crece y crece al no pensarse en el espacio, ni el tiempo.
Mi columna fue algo que se estableció desde un comienzo como una crítica a una publicación, con comentarios acerca de lo que provoca leer un texto como el suyo y jamás a un hecho de su vida privada. Para él, por supuesto, es algo personal. Como si yo por algún extraño motivo estuviese decidida a destruirlo. ¿Por qué? ¿Por qué el matonaje?
Él también decidió comunicarse con el director del sitio del cual soy editora. Por supuesto, la conversación más dura se debe dar entre hombres y el mensaje fue claro: controla a esta pendeja. Sé perfectamente cuáles fueron los contenidos de esa conversación y su forma: fue más violento, también con amenazas y por supuesto, con insultos de última clase hacia mí y mi trabajo.
¿De verdad es necesario llegar a amenazar a alguien por criticar algo que publicaste? ¿Crees que eso te hace mejor profesional, mejor persona? Yo no lo creo.
Ambos periodistas (guardando por supuesto los niveles, Marcelo Contreras es directamente un matón de cuarta), me demostraron que en el 2015 el hecho de que una mujer construya un discurso crítico en público sigue siendo problemático para algunos. Sigue viéndose como algo que una histérica quiere decir para vengarse por cuestiones personales (en este caso es más inverosímil este argumento, porque no los conozco en persona).
Yo sé que lo que publico en algunas ocasiones puede incomodar a algunos sectores. ¿Cuándo se nos olvidó que este es uno de los trabajos que debe hacer la prensa? ¿Por qué la musical debiera estar exenta de ello? ¿Por qué para muchos hablar sobre el lugar que ocupa la mujer en diferentes áreas de la industria musical es algo extra musical? Esto, además de demostrarme la misoginia naturalizada en el medio en el que me desenvuelvo, también deja expuesto triste: aún no se puede debatir y no puede existir un diálogo argumentado entre quienes escribimos sobre música en Chile.
Si publico esta experiencia, no es porque pretenda victimizarme. Probablemente, lo que esperaba Marcelo Contreras con sus amenazas y lo que pretendían ambos periodistas con las llamadas al director de mi medio era callarme. Una está acostumbrada a quedarse en silencio cuando suceden cosas así y opté por ser más valiente, no tener miedo y exponer todo esto, para que se sepa a qué nos enfrentamos las mujeres, muchas veces, durante nuestra vida laboral. Tuve dudas de exponer esta situación hasta el último minuto y creo que esa es la prueba empírica de la presión a la que frecuentemente estamos sometidas y, a la que muchas veces, cedemos. Para mí esto nunca fue personal. Desde el momento en que comencé a recibir amenazas, sí se convirtió en eso.
Anoche, luego de que pasara todo esto fui a cubrir un concierto. En la puerta del teatro se me acercó una periodista que no es mi amiga, pero sí nos conocemos. Me saludó, me dio las gracias por las columnas y me dio un abrazo. Fue precisamente en ese momento, en el que sentí que lo que estoy haciendo al tener una agenda feminista dentro del periodismo musical, es el camino correcto.